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illa

  • Foto del escritor: Clara Sánchez
    Clara Sánchez
  • 1 abr 2024
  • 3 Min. de lectura

Actualizado: 5 abr 2024


termina sobre mi pecho. se suelta a llorar sobre mí. ¿dónde duele? ¿quieres contarme? no sé qué limpiar primero: su semen o sus lágrimas. su llanto o esas otras gotas blancas que ha dejado caer sobre mis senos diminutos. me siento como un animal, dice. pero los animales también sienten.


esta es la última vez, es la última vez, canta la máquina a lo lejos. no sabía que esta canción era parte de su playlist. la música que ponemos para coger sin que nos escuchen, aunque no haya nadie despierto. que me verás enredado entre tus piernas, tarareo bajito mientras me envuelvo en la cobija. pero nuestras piernas no se enredan nunca.


llueve afuera. me encanta cuando llueve, me dijo alguna vez. ahora no dice nada. empieza a llorar de nuevo y tengo ganas de abrazarle, pero están prohibidos los abrazos. esto es sexo vacío, ¿entiendes?, dice. lo escucho hablar de su dolor sin lenguaje. hay tantas cosas que podría hacer con su llanto. pongo una mano sobre su espalda para hacerle saber que entiendo. quisiera arrullarlo como un niño hasta el sueño, pero él es de la gente que no duerme.


te quiero, digo, y siento como su cuerpo se estremece y se aleja. se contrae hasta que deja de rozarme. me trato de convencer que no me gusta tu piel. te quiero, pero no te asustes, yo sé cuál es mi lugar. a ver, ¿cuál es? uno en el que no me quieres nunca.


se nos congelan las piernas.


busco mi ropa tiritando en la oscuridad. me visto sin hacer ruido. ¿puedes llamarme un taxi? uno que venga lento, que no me quiero ir. pero eso no lo digo.


vas bajando la escalera. yo ruedo detrás de ti. iluminas nuestros pasos con la linterna de tu celular. bajas en puntas de pies: nadie en tu casa debe escucharme. nadie puede escucharme, nunca.


cruzo el patio desolado. esta es la última vez. acaricio las paredes con mis dedos congelados. el perro duerme sereno en su casita. me despido, pero no me escucha. en la puerta me vuelvo a confesar. esta es la última vez. ¿en serio estás diciendo? sí, gracias por todo. gracias a ti, me dice. un quejido quedito se me escapa del pecho como un pájaro herido. ¿quéspues? ¿qué te pasa? ya pues, sin llorar. antes de separarme de su cuerpo, escucho por última vez su corazón de animal. tiene razón, es solo un músculo.


avisa cuando llegues, dice antes de cerrar la puerta. ¿para qué?, susurro mientras desaparezco en el taxi. ¿está bien, señorita?, me pregunta el taxista. me suelto a llorar sobre mí. el hombre me mira asustado por el retrovisor. los hombres nunca saben qué hacer con el llanto. me alcanza un trozo de papel. me sueno fuerte hasta que me sangra la nariz. miro con ojos nublados las luces de la ciudad vacía. el camino que hice muchas veces, siempre a la misma hora inhumana. prometí siempre no ser humana. pero siento, entonces soy.


escribo un haiku sobre el vidrio antes de bajarme. es una piedra / ¿cuánto pesa el corazón? / mientras te hundes. está claro que este es el fin de algo, aunque no sé bien qué es. algo que empieza y termina en mi pecho, como una planta que nace y muere todos los días por falta de luz. algo que empieza y termina en mi pecho, porque no tiene a dónde más llegar. algo que empieza y termina en mi pecho, porque no cabe en ningún otro sitio.

termina sobre mi pecho. una y otra vez.

 
 
 

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