Ya sé que mientes. Y ya lo decidí: no voy a volver. Claro que vas a volver, me dice ella. Levántate, ya es hora. Saco los pies de la cama. Me pongo las medias y las pantuflas de Pikachu. Yo extraño todo, hasta las zapatillas blancas. Pero ni para recoger los pasos me dejaron volver. Bostezo. La lucecita titila. Me friego los ojos. La cámara se enciende. La profe habla, pero yo no la escucho: ¿se ha quedado sin voz? Hace señas, se desespera. Pobre. Su risa no vibra, su perfume no llega. Aquí nadie parece darse cuenta de eso, pero yo sí: somos como botoncitos en un control remoto sin pilas: esto no funciona. Les saludo con la mano y la sonrisa triste. Y aplasto el botón de escape.
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