top of page

De valientes

  • Foto del escritor: Clara Sánchez
    Clara Sánchez
  • 8 ago 2018
  • 4 Min. de lectura

Actualizado: 8 abr 2019


ree
Foto: Nati Alelí Sánchez

Pobre niña, nació de puro susto —murmuraron por ahí. Tal vez, pensé yo, pero sabía que también —y más que nada— ella se había decidido a nacer a partir de un arranque de valentía. La víspera de su llegada, un par de ladrones irrumpieron en la cajita de fósforos que hacía de casa suya y de su madre. Quién sabe cómo o por dónde se colaron, en eso los expertos son ellos. Tampoco supimos a ciencia cierta cuántos fueron, pero en mi imaginación, calculo por lo menos dos. Lo que sí qué sé, es que más aguafiestas no pudieron ser. Ni más inoportunos —si los ladrones pueden, en alguna ocasión, considerarse oportunos, no estoy segura, pero sospecho que será de vez en nunca—. Según las predicciones médicas, se suponía que era ella, Valentina, quién debía invadir la casa con sus primeros llantos ese día. Pero los maleantes, que siempre andan a la caza de todo lo que puede ser robado —en este caso, incluso el show—, se le adelantaron.

Esa noche, después de permanecer noqueados un par de horas tras la noticia, recorrimos las habitaciones como almas en pena, recogiendo los pasos de todo lo que ya no estaba. Intentamos inútilmente asegurar la puerta, y pasamos el trapeador por la casa entera, absorbiendo los restos de llanto para no volver a resbalar en él. Y ya sin saber qué más hacer, nos quedamos mirando el techo, para ver si el cansancio hacía justicia —aunque ese día ella no había estado precisamente de nuestro lado— y nos dejaba dormir un poco. Con los cajones desvalijados y la cerradura falseada, nos acostamos sobre un silencio incómodo, sin saber qué decir para reconfortarnos. Sin saber qué esperar del día siguiente.

Apuesto a que Valentina no durmió. Mi mamá y yo pasamos la noche a lado de su madre, que muchas veces fue también la mía, de esa forma que solo las tías saben. Ella se adormeció, agotada de llanto y rabia, intentando olvidar la pesadilla del robo, o al menos, reemplazarla por otras menos trágicas. Menos realistas. Yo casi no dormí —a pesar de que es de las cosas que mejor me salen—. Temíamos que después del susto, a la susodicha se le ocurriera salir. Y no nos equivocamos: tardó apenas unas horas en darse por enterada. De seguro empezó a notar la escasez de agua, esa que se había escurrido en forma de lágrimas, y adivinó que algo andaba mal. Y haciendo honor a su nombre desde el primer día, resolvió que no había más tiempo que perder. Llenó sus pulmones de valentía pura y se aventuró al mundo, al rescate de su madre.

Fue una de las madrugadas más largas que he vivido. Cuando nació, el sol ya había aparecido, y brillaba fuerte y descaradamente. Valientemente, como ella. Y yo, que la había esperado tanto, casi no me atrevía a acercarme. La contemplaba de lejos, como quien se asoma al filo de un abismo: con la emoción y el vértigo con que se mira lo desconocido. Asomándome a esa vida nueva.

Tardé en decidirme a cargarla en mis brazos. Tenía miedo de dejarla caer. La levanté temblando, pero en realidad nunca pude sostenerla de verdad. Parecía dormir, suspendida en el aire. Flotando. Ella levantó los párpados y me miró con esos ojos llenos de preguntas. Yo tenía trece años, y ninguna respuesta. Así que me limité a observarla con detalle, y me propuse, como primera tarea, contar las pelusas negras y largas que tenía por pestañas.

Pasó un tiempo para que finalmente me atreviese a hablarle. Y poco después, llegaron también a su boca las palabras. Primero en un idioma desconocido para el resto, hasta que se inventó el suyo propio. Pero esa mirada, enmarcada en signos de interrogación, no la perdió nunca. Tiene muchas preguntas, pero también muchas respuestas. Hay cosas que no necesita que nadie le responda. Que se pregunta para sí. Porque las respuestas también las tiene dentro. Tampoco ha dejado de flotar. Incluso cuando tiene miedo, o empieza a desanimarse, incluso ahí puedo ver, como sus pies nunca topan el suelo, por más desinflada que se sienta. Cuando está triste y le ganan las lágrimas, viene a acurrucarse en mi pecho. Pero no se hunde en él. Flota. Flota todo el tiempo.

Ella es algo así como yo me imaginé la vida. Me sorprenden sus preguntas, no tanto como sus respuestas. Tiene la cabeza llena de ideas locas, y en las manos, solo colores. Es de pocas palabras, y muchas lágrimas. Se llama Valentina, pero no le gusta que le echen en cara su valentía, porque también tiene derecho a tener miedo. No estuvo predestinada al susto, pero tampoco a ser valiente, porque no es obligación. Si algo puedo desear para ella es que nunca se sienta obligada a nada. ‹‹Se parece a ti, es como una tú chiquita››, me dicen. Y yo no sé si ponerme feliz. Pero cuando la veo enfrascada, construyendo cosas diminutas, cuando toma mis lápices y les contagia los matices de sus dedos, cuando la descubro ensimismada en algún libro, en alguna canción, cuando me arroja sus preguntas a la cara o me cuenta las cosas que alberga en su cabeza, no puedo más que sonreír. Ha crecido. Lo hemos hecho juntas. Como hoy, que cumple once. Pronto tendrá la edad que yo tuve cuando ella nació. Y asomarme a su vida ha sido, de las cosas más felices y desafiantes que yo he hecho con la mía.



 
 
 

Entradas recientes

Ver todo
colección

#microbandalismo 44 colecciono frasquitos de medicamento. alguien a quien amo tiene un dolor. se nos desbordó el río, y mientras ella...

 
 
 
exilio

#microbandalismo 43 cuando haya resuelto el laberinto fingiré que no desandaré la ruta acariciando las paredes besando puertas cerradas...

 
 
 

Comentarios


bottom of page