El tiempo del caracol
- Clara Sánchez
- 14 jul 2020
- 2 Min. de lectura
Caracolito, dijo mi vieja
tené cuidado allá en la estación
hay unos bichos para los cuales
la construcción y la destrucción son iguales
Gustavo Pena
Este es el tiempo del caracol. El caracol que camina lento y va dejando rastro por donde pasa. Que carga sobre sí una pesada casa, en la que casi nunca se siente bienvenido. Por eso nunca entra. Busca afuera lo que tiene adentro. Un día le toca convertirse en el caracol que vuelve a casa. Vuelve adentro. A su centro descentrado. A la casa abandonada. Se asoma con cautela, qué oscuro está ahí dentro. Mira dentro y tiene miedo de escucharse. Habla y le responde el eco. De quién ese esa voz, quién anda ahí, pregunta tembloroso. Pero está solo. Es su voz y no la reconoce. Es la voz del caracol que se ha olvidado como suena. En la oscuridad espera asustado. Inmóvil. Tiene miedo de todo lo que tiene arrumado adentro. Hace tanto que no venía aquí. Pasaba ocupado con los ruidos de afuera. Cargaba sobre sí un montón de cosas que ya no le sirven. Quizá nunca le sirvieron. Al caracol le desespera tener que quedarse dentro. Encerrado. Solo. Le desespera la lentitud con la que ahora pasan las horas. Le desespera no escuchar nada más que su propia respiración. Es duro al principio, y casi quiere morirse: extraña el bullicio y las distracciones de allá afuera, donde todo es luminoso. Donde todo parece luminoso. Brillante. No soporta estar solo en un lugar por tanto tiempo. Sin nada más que lo esencial. Sin nadie más que él mismo. Tendrá ahora que empezar a conversar con él, primero con recelo, como cuando por cortesía inicias una conversación con un desconocido, o con alguien que hace mucho no veías. Largos rounds de silencios incómodos y monosílabos. Hasta que al fin un día, después de recordarse, puede mirarse a los ojos, y decirse sonriendo: bienvenido a casa, caracol, este es tu tiempo.
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