Creí que habían desaparecido. Soñé con ellas el otro día mientras cabeceaba en el bus. Cuando frenamos con sacudón en el semáforo, abrí los ojos y entonces las vi. O creí verlas. Al día siguiente me juré a mí misma no dormirme: quería mirar el lugar donde se me habían aparecido en sueños, pero volvió a pasar. Volví a adormitarme y volví a soñar con ellas, justo en la misma calle. Y ya no sabía si había abierto los ojos en la luz roja, o si ya los tenía abiertos, o si nunca los abrí. Qué importancia tiene eso, lo que importa es que las vi. Hoy desafié la ruta y la rutina. Cuando el bus pasó por mi lado, no estiré el brazo y nadie más en la parada lo hizo. Lo vi alejarse y empecé a caminar tras él. Caminé más de una hora hasta el semáforo: era la única forma de no quedarme dormida en el camino. Caía una llovizna suave y me dolían los pies. Apenas llegué a tu esquina supe que nunca fue un sueño. Ellas todavía están ahí. Ahí, al otro lado de la calle: las flores que alguna vez dejé en la puerta de tu casa todavía están ahí.
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